25/6/09

-- Información general:


Teníamos ganas de hacer algo diferente, de probarnos a nosotros mismos y de probar la sensación agridulce de encontrarse en el camino, sin rumbo fijo, sin fecha ni hora de llegada, a merced de aquello que cada momento aconteciera... Así que sin pensarlo demasiado, y sin a penas mapas de la zona (más bien, una serie de notas de lo que es una versión de la ruta oficial de El Camino del Cid), nos aventuramos a cargar las alforjas de nuestras bicis con lo justo para ir pasando el día a día. Lo que vereis a continuación es un brevísimo resumen fotográfico de esta aventura.


Si quieres ver la misma historia contada por mi compañero de aventura, pincha aquí.


-- Preparativos:

Dejamos mi coche en Albarracín y alquilamos otro para ir hasta la ciudad de Burgos, donde debía empezar la verdadera aventura. Nos habíamos puesto de acuerdo para no llevar útiles por duplicado, así nos ahorrabamos mucho peso en herramientas, botiquín, etc...

La noche anterior al viaje había caído "el diluvio universal" y nuestro miedo era que a la mañana siguiente siguiera lloviendo, pero tuvimos suerte y amaneció despejado. El viaje comenzaba...
Primera foto, la del inicio, solo unos 200 metros recorridos, para que se viera lo fresquito y fuerte que comenzabamos. Pronto nos pondríamos a prueba.





A sólo un par de kilómetros, una vez que ya habíamos dejado Burgos a la espalda, el camino nos mostró las consecuencias de la lluvia de la noche anterior, el barro, espeso y pegajoso, empezaba a acumularse en nuestras ruedas y poco a poco en el sistema de frenos, hasta que nos frenaba totalmente sin tener mas opción que bajarse y quitarlo para poder continuar. Esto fue divertido la primera vez, cuando nos habíamos bajado "tropecientas veces", y a no parecía tan divertido, además mermaba nuestras fuerzas y acababamos de empezar.




Para colmo de la situación, mi compañero de viaje pinchó al poco tiempo de salir (no sería el único pinchazo que ibamos a tener). Cuando por fín superamos el tramo de barro, llegamos a un pequeño pueblo y nos dimos cuenta que mi compañero había pinchado. Una señora del único bar que había, nos ofreció comer bien y barato, pero tras tanto retraso, lo que nos apetecía era seguir pedaleando, así que que continuamos el viaje tras reparar el pinchazo, confiando en la fruta que llevabamos en las alforjas y los frutos secos y gominolas que yo había comprado para ir recuperando fuerzas.

Como se suele decir, "siempre llueve sobre mojado" y aunque el día era soleado e incluso hacía un calor casi agobiante, los males nunca llegan solos y mi compañero volvió a pinchar... Aprobechamos la parada obligatoria para descansar un poco, reparar el segundo pinchazo, comernos los melocotones que me supieron a gloria y rellenar de agua fresquita, los bidones de las bicis en una fuente.





Una vez hecho el recuento, creo que el primer día fue el más duro, a solo un par de kilómetros de Salas de los Infantes (el pueblo donde pernoctamos por primera vez), fue mi bici la que pinchó..., ¡El tercer pinchazo en el primer día!
Empezaba a anochecer al llegar al pueblo y aún no teníamos donde quedarnos. No habíamos comido más que unas piezas de fruta en todo el día y a mi compañero de viaje eso le pasó factura, le dió "un bajón" y estuve a punto de llamar una ambulancia porque no pintaba nada bien. Al final se le pasó "el malestar" y encontramos un hostal donde cenar y dormir.
A la mañana siguiente nos levantamos con más ánimos, preveyendo futuros pinchazos, compramos cuatro cámaras que no tuvimos que usar en el resto del viaje. Nos hicimos con algo de provisiones y reanudamos la marcha.

El resto del viaje, fue mucho más ameno, alternamos caminos con pequeños tramos de carretera.




Quizá la parte que más disfrutamos, fue atravesar "El Cañón del Río Lobos", un valle con una belleza especial, nos encontramos pinares, llanuras, cruzamos el río varias veces, incluso un rebaño de obejas por el que no quisimos pasar sin hacer la foto de rigor.





Las máquinas respondieron bien, estaban a la altura de las circunstancias y la combinación de esfuerzo, paisaje y pequeñas dificultades bien cubiertas, nos dio la diversión que andavamos buscando. Sin dudas el tramo del camino que más disfruté.





En la parte final del cañón, en su parte más baja, está la Ermita de San Bartolomé y detrás una cueva. Aprovechamos para hacer una pequeña parada.




Llegamos con tiempo de sobra al camping que está a solo unos kilómetros de la salida del Cañón y aprovechamos para tomarnos un buen café calentito, darnos una ducha reconstituyente y montar la tienda de campaña. Saludamos a aventurero holandés e intercambiamos sensaciones, contándonos lo que habíamos recorrido cada cual (nos llevaba mucha ventaja).
Al oscurecer los mosquitos se hicieron los amos del lugar e intentamos repelerlos huntándonos con protector solar (la verdad, no creo que funcionara). Empezó a llover, no, empezó a diluviar y sobre nosotros se formó una tormenta como pocas veces he visto, los rayos iluminaban la tienda a través de la lona y sólo un para de segundos después los truenos rompían el sonido del agua al caer sobre nosotros. No dejaba de pensar que al día siguiente o nos tocaría mojarnos o volver a luchar contra el barro...


Amaneció despejado y eso nos tranquilizó bastante.

La ruta aún nos ofreció alguna sopresa agradable, atravesamos un antiguo acueducto romano, estaba claro, "una de cal, una de arena" y eso era lo que nos hacía seguir disfrutando al vernos capaces de superarnos.

Casas de adobe y madera. Yo creía que ya no se usaban pero sí, ahí estaban en pie y en uso...

Las zapatillas no aguantaron y tuve que poner remedio con algo de cinta aislante hasta que llegamos a Soria y me compré otras en unos almacenes.



El camino que seguimos, a menudo se entrecruzaba con rutas de senderismo y era de importancia elegir bien en cada cruce.

Parada en Burgo de Osma, donde hicimos trampa y cogimos una guagua (autobús) hasta Soria.



A pesar de habernos saltado un tramo importante del camino, las subidas interminables, caminos embarrados, cruces y tramos de campo a través, mantenían la dificultad del camino en los límites esperados.








Llegada a Albarracín (Teruel). Fue el último punto de la ruta.




Esa noche no teníamos alojamiento así que decidimos abatir los asientos traseros y quedarnos en el coche, pero antes había que asearse y a falta de ducha, buenos son ríos.






Por supuesto, tocaba callejear por Albarracín, un pueblo lleno de escaleras, callejones y recovecos.



Tras la aventura, vuelta a Valencia, donde pernoctamos la primera noche en un hotel NH (para descansar el cuerpo) y la segunda noche en casa de una amiga (también descansamos, pero la intención era no molestar más de la cuenta).